San Chomo y chomeños: del hipocorístico al gentilicio
En esta entrada, además de conocer qué es un hipocorístico y cómo se conforma, descubrirás el porqué del gentilicio de los pobladores de San Jerónimo en Baja Verapaz.
María Mazariegos Lanseros
5/27/20248 min read


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—¡Apurate! que ahí viene la Chomeña —le decía Milo a su hermano Teo mientras rugía un motor a lo lejos—. ¡Picale, mano, que se nos va!
La Chomeña, un bus trompón y destartalado que hacía las veces de transporte público, recorría la carretera de Salamá a San Jerónimo y viceversa. Era el típico autobús que los gringos se empeñan en llamar, chicken bus, y que en Guatemala llamamos camioneta.
Pasada la curva de don Chololo, Milo divisó los colores rojo y verde de la Chomeña en dirección a Salamá.
—Ah, no, olvidalo —le dijo a Teo—. No va para San Chomo.
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Si eres oriundo de San Jerónimo, en Baja Verapaz, o has visitado este municipio alguna vez, sabrás que también lo llaman San Chomo y que a sus habitantes les dicen chomeños. Este nombre alternativo por el que se conoce a San Jerónimo es el motivo de esta entrada. La escena de Milo, Teo y la Chomeña me servirá de referencia mientras desarrollo el tema.
Para comprender cómo surgió este nombre, debemos entender qué es un hipocorístico. Palabra rara que nos suena ajena, ¿verdad?; sin embargo, haciendo a un lado la extrañeza que nos causa, en realidad esconde una ternura entrañable. Proviene del griego hypokoristikós y significa «acariciador», derivado a su vez de hipocorizoma, «hablar los niños». En gramática, esta palabra se usa para referirse a los nombres con los que se designa a una persona de forma cariñosa y familiar. Suelen ser diminutivos, abreviaciones o formas infantiles de los nombres de pila.
¿Quién en el seno familiar no ha usado hipocorísticos para nombrar a hijos, hermanos, tíos, primos, abuelos y amigos? o ¿quién, cuando pequeño, no ha sido artífice del hipocorístico de algún familiar, en especial, de algún hermano o hermana?
Existen hipocorísticos ocurrentes de lo más variado. Algunos se usan más en unas regiones que en otras, mientras que otros pueden ser tan originales que no encontrarás uno igual en el mundo. Sin embargo, a pesar de la creatividad y la libertad con la que pueden conformarse, los estudios lingüísticos explican ciertos mecanismos por medio de los cuales construimos los nombres con los que nos llamamos cariñosamente. Trataré de explicar algunos de ellos sin extenderme demasiado.
Una de las formas consiste en la pérdida de algunos sonidos, de modo que el nombre resulte más corto. Esto se puede hacer de varias formas.
Por apócope. Cuando se suprimen los sonidos finales del nombre, sobre todo en aquellos de más de dos sílabas. Así, Fernando se convierte en Fer; Sebastián, en Sebas, y Claudia, en Clau.
En el relato del principio, Teodoro, el nombre del hermano pequeño, ha sido abreviado mediante este mecanismo. Por eso, Teo.
Si al nombre Alejandro se le quitan las dos últimas sílabas quedaría Ale, pero, sobre todo, para el masculino, otra forma común de abreviarlo es conservar la j y agregarle la vocal o. De esa cuenta, quedaría Alejo.
En otros hipocorísticos por apócope se agrega la terminación i. Por ejemplo, si el nombre Gabriela lo acortáramos a Gabrie, no sería precisamente una pronunciación muy sencilla, pero si nos quedamos solo con la consonante de la segunda sílaba (Gab) y le agregamos i, conformamos Gabi, apócope muy popular. Pilar, entonces, sería Pili, y Micdalia podría convertirse en Miki. Sí, con k, para no perder el fonema oclusivo que tiene la c en Micdalia y que no tiene en Mici. Igual ocurre con Victoria, a la que suele llamarse Viki, también escrito con k, porque, de lo contrario, sonaría como aquel transporte de dos ruedas y pedales.
Siguiendo este mismo principio, al nombre abreviado por apócope también es posible agregarle s. Como, por ejemplo, Clau, que podría decirse Claus, o Regina, que podría decirse Regis.
Aféresis. Los hipocorísticos formados por aféresis pierden los sonidos iniciales. Así, si ni Alejo ni Ale te convencen para abreviar Alejandro, puedes quedarte con Jandro o con Nando en lugar de Fernando. Lo mismo sucede con Antonio, que quedaría Tonio, que fonéticamente termina convirtiéndose en Tono o Toño. Aplicando la aféresis, si Toño tuviera un hermano de nombre Sebastián, seguramente sería más fácil decirle Tian.
También puede pasar que un nombre sea tan largo que permita crear su hipocorístico por apócope y por aféresis, por ejemplo, Inmaculada, a quien se le suele llamar Macu.
La aféresis es aplicable no solo a los nombres, sino a cualquier palabra en la que se suprimen los sonidos iniciales, como, por ejemplo, muchacho, que por aféresis se reduce a chacho, o hermano, que se reduce a mano, palabra que usamos coloquialmente con amigos de confianza, y que Milo incluye en su expresión «¡Picale, mano, que se nos va!».
Síncopa. Consiste en la supresión de los sonidos intermedios de un nombre. El ejemplo que más refieren para este caso es Raúl, que pierde la a y se pronuncia Rul, aunque, a decir verdad, yo nunca lo he escuchado. Lo que me interesa de la síncopa es que, en combinación con la apócope, forma otros hipocorísticos, como el de Alberto, en el que por aféresis se elimina la sílaba inicial Al, y por síncopa, la r intermedia, de modo que queda Beto. Otro buen ejemplo es Milo, es decir, Emilio (quien sigue esperando a la Chomeña), en el que se ha suprimido la E inicial y la i de en medio.
Si tu paciencia te ha hecho llegar hasta este punto, ya sabes cómo se conforman los hipocorísticos por supresión de algunos sonidos. No obstante, estas reglas no pueden explicar muchos hipocorísticos que parecieran alejarse demasiado del nombre original del que provienen. Pues bien, esto tiene su explicación en el lenguaje infantil, que es una de las fuentes que da origen a muchísimos de los hipocorísticos que hoy conocemos. De hecho, en ello radica la ternura que guardan.
Cuando los niños están aprendiendo un idioma, les es más fácil pronunciar unos sonidos que otros. Por esta razón, es frecuente que al pronunciar una palabra, además de la supresión de algunas sílabas, hagan una sustitución de fonemas (sonidos). Por ejemplo, los niños dominan el sonido de la p antes que el de la f, el de la t antes que el de la s, y el de la k antes que el de la x. En tanto un niño no domine los segundos sonidos de esta lista, los sustituirá por los primeros.
En fonética, estas sustituciones tienen nombre, pero la que más se observa es la palatalización de las sibilantes. ¡Chacho!, ¿esto qué quiere decir?, pues simplemente hace referencia a la sustitución del sonido /s/ (sibilante) por el sonido /t/ o /ch/ (ambos palatales). En Hispanoamérica, entre estos dos sonidos, predomina el de la ch.
Ahora tiene sentido que Cesar, se convierta por palatalización en Checha, sobre todo si tomamos en cuenta que la c en América se sesea, y que los niños evitan pronunciar las consonantes finales. Además de esto, la r es uno de los últimos sonidos que se aprende a pronunciar. Por eso, es probable que un niño diga Maía en lugar de María o Cholalo en lugar de Rolando.
La secuencia de consonantes tales como rg, br, gr, cl, nd, etc., se simplifican u omiten, por eso, Jorge se convierte en Coke. Aunque hace poco escuché a un bello pequeño decir Tote, porque seguramente todavía no dominaba el fonema /k/ y, por eso, también decía tatau en lugar de tía Clau.
Los nombres largos se suelen reducir a palabras graves de dos sílabas, en las que, generalmente, se conserva la sílaba acentuada y la última sílaba. Por eso, de Alfonso deriva Poncho, y de Gonzalo, Chalo.
Los diptongos, como ia, io, se convierten en una sola vocal, acompañada o no de una consonante que facilite su pronunciación, como en el caso de Victoria, que pasa a ser Toya; Alicia, Licha; Hortensia, Tencha; Emilio, Miyo o Milo, y, claro, el que ya habíamos mencionado antes, Atonio, que adquiere esa ñ en Toño para facilitar su pronunciación.
Algo curioso sucede con los nombres monosílabos, como Luis, o los nombres que tienen la fuerza de acentuación en la última sílaba, como Asunción o Isabel. Lo que pasa en estos casos es que, una vez hecho el hipocorístico, lo que se hace para diferenciar entre el nombre masculino o el femenino es agregar a u o. De ese modo, si el hipocorístico de Asunción es Chon, para diferenciar a María Asunción de José Asunción, simplemente se le agrega al hipocorístico la vocal a u o según corresponda. De esa cuenta, a María Asunción le podríamos llamar Chona.
Lo mismo sucede con el nombre Luis, solo que en este caso es al revés, porque el hipocorístico se crea a partir del femenino Luisa. Entonces, Luisa sería Uicha, que gráficamente puede representarse como Güicha. Por tanto, el masculino se obtendría cambiando la a por la o: Güicho. Similar es el caso de Isabel, cuyo hipocorístico, primero sería chabel, al que luego se agrega a u o según el caso: Chabela o Chabelo.
Bien, con todo esto ya me he extendido demasiado, así que voy a ir cerrando. Para eso, vuelvo al nombre de San Jerónimo o San Chomo, que a fin de cuentas es el motivo que me tiene aquí escribiendo.
Con todo lo que hemos visto, creo que podemos aventurar una explicación sobre este nombre. Encontré varios hipocorísticos de Jerónimo, entre ellos: Giruncho, Nono, Chombo, Chomo y Momo.
Por donde se vea, está claro que es un hipocorístico derivado no solo de la aféresis y la síncopa, sino también de la palatalización, que es propia del habla de los niños.
El hipocorístico Chomo cumple el principio de conservar la sílaba acentuada (Jerónimo) y de unirla a la última sílaba (Jerónimo), lo que nos dejaría romo. Lo que no puedo explicar es ese salto que se hace del sonido de la r al de la ch. Sin embargo, si tomamos en cuenta que el sonido de la r es uno de los últimos que aprenden los niños, es lógico pensar que por palatalización se tenga la libertad de sustituirlo por múltiples sonidos, entre ellos el de la ch, que, como ya dijimos, es el fonema palatal predilecto y más usado en Hispanoamérica.
Entonces, el hipocorístico de San Jerónimo es, afectuosamente, San Chomo. Esto significa que el gentilicio de este municipio se formó a partir de su hipocorístico, no del nombre oficial. Así que, en lugar de jerónimos y jerónimas, gentilicio ni breve ni entrañable, sus habitantes se denominaron chomeños y chomeñas. Y por eso, también, aquella vieja camioneta que Milo espera lleva pintado en sus costados: Chomeña.
Referencias
Boyd Bowman, Peter. Cómo obra la fonética infantil en la formación de los hipocorísticos. Nueva Revista de Filología Hispánica. 1955, vol. 9, núm. 4, pp. 337-366. https://www.jstor.org/stable/40296949
Espinosa Meneses, Margarita. De Alfonso a Poncho y de Esperanza a Lancha: los hipocorísticos. Revista Razón y Palabra. 2001, núm. 21. http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n21/21_mespinosa.html
Martínez de Sousa, José. Los hipocorísticos [en línea]. Centro Virtual Cervantes. 1998, 11 de septiembre. https://cvc.cervantes.es/el_rinconete/anteriores/septiembre_98/11091998_02.htm